La Batalla de San Jacinto fue librada el 14 de septiembre de 1856 entre 120 solados nicaragüenses comandados por el entonces Coronel José Dolores Estrada, contra más de 300 filibusteros bien armados, quienes pese a la diferencia fueron derrocados por la valentía de los patriotas nacionales.
El Coronel Estrada ordenó fortificar apresuradamente la casa Hacienda San Jacinto, propiedad de Miguel Bolaños, con piedras sueltas acomodadas unas sobre otras. Estas piedras eran abundantes en los alrededores de la casa Hacienda por las cercanías inmediatas del Cerro San Jacinto, en el cual se inicia la Meseta de Estrada, la cual fue llamada "Totumbla" hasta un poco después de 1,960.
José Dolores Estrada tenía 60 años. El mismo escribió posteriormente que no era un militar de carrera, "no he estudiado el arte militar", pero que llevaba dentro un ardiente patriotismo por la defensa de la patria ante la "amenaza rubia arrogante" y que la edad no era impedimento para tomar las armas en esa defensa patriótica,
En el acto el Coronel Estrada dispuso que solamente quedase en el interior de la casa una escuadra que comandaba el teniente Miguel Vélez, y que el resto de la tropa ocupase la línea exterior. Se hizo así, y en esa disposición esperamos, con orden de no hacer fuego sino hasta que los agresores estuviesen a tiro de pistola.
Se señala que la noche anterior al ataque sorpresivo de los filibusteros, dirigidos en ese sitio por Byron Cole, el Coronel Estrada envió como espía al soldado Faustino Salmerón, quien, por supuesto buscó la parte más alta del Cerro San Jacinto para cumplir con esa misión.
Desde la cúspide del Cerro San Jacinto uno puede ver lo que se mueve hacia el Sur, el Oeste y Noroeste, porque por el Este era imposible llegar hasta la Hacienda San Jacinto, a menos que los filibusteros llegaran subiendo los Cerros.
De repente vieron que Faustino Salmerón salía sofocado de entre el bosque de las orilla del Cerro San Jacinto. "Ahí vienen los enemigos", comunicó a José Dolores Estrada y a toda la tropa.
A las 7:00 a.m. divisamos al enemigo como a 2 mil varas de distancia; marchaba a discreción y no traía cabalgaduras. Los jefes y oficiales vestían de paisano: levita, pantalón, chaleco, y sombreros negros; algunos portaban espada y revólver y otros rifles; y la tropa iba uniformada con pantalón y camisa de lana negros, sombreros del mismo color e iban atinados 'de rifles "sharp" y "negritos": hicieron alto a tiro de fusil y se destacaron en tres columnas paralelas de 100 hombres cada una.
Cuando estuvieron a una distancia conveniente, rompimos el fuego. Al recibir la descarga, en vez de vacilar se lanzaron impetuosamente sobre las trincheras: una columna atacó de frente, otra por la izquierda y la última por la derecha. Todas fueron rechazadas por tres veces; y hasta el cuarto asalto no lograron apoderarse de la trinchera por el lado izquierdo, cuando el valiente oficial Jarquín y toda la escuadra que defendía ese punto tan importante, hacían un nutrido y certero fuego sobre el resto de las líneas.
Teníamos que comunicarnos las órdenes a gritos. El infrascrito, con los Tenientes don Miguel Vélez y don Adán Solís, defendían el ala derecha; y yo como primer Teniente, recibí la orden de defender el punto, hasta morir, si era necesario.
Uno de los americanos logró subir a la trinchera y ahí fue muerto por el intrépido oficial Solís.
Eran ya las 10:00 a.m. y el fuego seguía vivísimo. Los americanos, desalentados sin duda por lo infructuoso de sus ataques, se retiraron momentáneamente y se unieron a las 3 columnas; pero pocos momentos después al grito de !Hurra Walker; se lanzaron con ímpetu sobre el punto disputado.
Se trabo una lucha terrible, se peleaba con ardor por ambas partes, cuerpo a cuerpo. Desesperábamos ya de vencer a aquellos hombres tenaces, cuando el grito de !Viva Martínez;, dado por una voz muy conocida de nosotros, nos reanimó súbitamente.
El Coronel Estrada, comprendiendo la gravedad de nuestra situación, mandó al Capitán Bartolo Sandoval, nombrado ese segundo día, jefe en el lugar del Teniente Coronel Patricio Centeno, que procurase atacar a los yanquis por la retaguardia.
Este bizarro militar se puso a la cabeza de los valientes oficiales Siero y Estrada y 17 individuos de la tropa, saltó la trinchera por detrás de la casa, logró colocarse a retaguardia de los asaltantes; les hizo una descarga y lanzando con su potente voz los gritos de !Viva Martínez; !Viva Nicaragua , cargo la bayoneta con arrojo admirable.
Los bravos soldados del bucanero del norte retrocedieron espantados y se pusieron en desordenada fuga.
En informes de los mismos soldados, escritos después de la Batalla, algunos de los soldados sobrevivientes señalan que este ataque sorpresivo por la retaguardia de los filibusteros, fue tan explosivo y escandaloso, que provocó una estampida de caballos, que supuestamente estaban amarrados entre los matorrales y árboles del norte de la Casa Hacienda San Jacinto.
Este tropel de numerosos caballos, aparentemente, hizo creer a los filibusteros, que además del fulminante ataque a balazos y cuhilladas por la retaguardia, se acercaba un supuesto refuerzo militar por ese lado de la Casa Hacienda San jacinto, sitio bastante solitario en esa época, sólo lleno del ganado de Miguel Bolaños.
Nosotros, llevando a la cabeza al intrépido Coronel Estrada, que montó el caballo de Salmerón, único que había, perseguimos al enemigo 4 leguas hasta la Hacienda "San Ildefonso".
Ahí mató Salmerón con su cutacha al jefe de los americanos Coronel Byron Cole y lo despojó de un rifle y dos pistolas. Nuestra pequeña fuerza tuvo 28 bajas entre muertes y heridos; entre los primeros figuraban el Capitán don Francisco Sacasa, el Subteniente Jarquín, y entre los últimos, el ahora Coronel don Carlos Alegría.
Los filibusteros perdieron al Coronel Cole, al mayor cuyo apellido no recuerdo y que era el segundo jefe y 35 muertos mas, contándose entre ellos el cirujano y muchos heridos que después hallaron muertos en los campos inmediatos. Tal fue el memorable combate que abatió a los invasores y despertó loco entusiasmo en el ejército que defendía la Independencia de Centroamérica.
En su informe oficial, Estrada hace mención de la acción heroica de Andrés Castro Estrada, quien ante la falta de municiones tomó una piedra y la estampó en la cabeza de uno de los yanquis cuando este intentaba cruzar la hilera de piedras de la trinchera improvisada.
Andrés Castro, todos estos soldados y oficiales, especialmente José Dolores Estrada, se llenaron de gloria para siempre, porque no vacilaron en defender la patria en peligro por la invasión filibustera.
El Coronel Estrada ordenó fortificar apresuradamente la casa Hacienda San Jacinto, propiedad de Miguel Bolaños, con piedras sueltas acomodadas unas sobre otras. Estas piedras eran abundantes en los alrededores de la casa Hacienda por las cercanías inmediatas del Cerro San Jacinto, en el cual se inicia la Meseta de Estrada, la cual fue llamada "Totumbla" hasta un poco después de 1,960.
José Dolores Estrada tenía 60 años. El mismo escribió posteriormente que no era un militar de carrera, "no he estudiado el arte militar", pero que llevaba dentro un ardiente patriotismo por la defensa de la patria ante la "amenaza rubia arrogante" y que la edad no era impedimento para tomar las armas en esa defensa patriótica,
En el acto el Coronel Estrada dispuso que solamente quedase en el interior de la casa una escuadra que comandaba el teniente Miguel Vélez, y que el resto de la tropa ocupase la línea exterior. Se hizo así, y en esa disposición esperamos, con orden de no hacer fuego sino hasta que los agresores estuviesen a tiro de pistola.
Se señala que la noche anterior al ataque sorpresivo de los filibusteros, dirigidos en ese sitio por Byron Cole, el Coronel Estrada envió como espía al soldado Faustino Salmerón, quien, por supuesto buscó la parte más alta del Cerro San Jacinto para cumplir con esa misión.
Desde la cúspide del Cerro San Jacinto uno puede ver lo que se mueve hacia el Sur, el Oeste y Noroeste, porque por el Este era imposible llegar hasta la Hacienda San Jacinto, a menos que los filibusteros llegaran subiendo los Cerros.
De repente vieron que Faustino Salmerón salía sofocado de entre el bosque de las orilla del Cerro San Jacinto. "Ahí vienen los enemigos", comunicó a José Dolores Estrada y a toda la tropa.
A las 7:00 a.m. divisamos al enemigo como a 2 mil varas de distancia; marchaba a discreción y no traía cabalgaduras. Los jefes y oficiales vestían de paisano: levita, pantalón, chaleco, y sombreros negros; algunos portaban espada y revólver y otros rifles; y la tropa iba uniformada con pantalón y camisa de lana negros, sombreros del mismo color e iban atinados 'de rifles "sharp" y "negritos": hicieron alto a tiro de fusil y se destacaron en tres columnas paralelas de 100 hombres cada una.
Cuando estuvieron a una distancia conveniente, rompimos el fuego. Al recibir la descarga, en vez de vacilar se lanzaron impetuosamente sobre las trincheras: una columna atacó de frente, otra por la izquierda y la última por la derecha. Todas fueron rechazadas por tres veces; y hasta el cuarto asalto no lograron apoderarse de la trinchera por el lado izquierdo, cuando el valiente oficial Jarquín y toda la escuadra que defendía ese punto tan importante, hacían un nutrido y certero fuego sobre el resto de las líneas.
Teníamos que comunicarnos las órdenes a gritos. El infrascrito, con los Tenientes don Miguel Vélez y don Adán Solís, defendían el ala derecha; y yo como primer Teniente, recibí la orden de defender el punto, hasta morir, si era necesario.
Uno de los americanos logró subir a la trinchera y ahí fue muerto por el intrépido oficial Solís.
Eran ya las 10:00 a.m. y el fuego seguía vivísimo. Los americanos, desalentados sin duda por lo infructuoso de sus ataques, se retiraron momentáneamente y se unieron a las 3 columnas; pero pocos momentos después al grito de !Hurra Walker; se lanzaron con ímpetu sobre el punto disputado.
Se trabo una lucha terrible, se peleaba con ardor por ambas partes, cuerpo a cuerpo. Desesperábamos ya de vencer a aquellos hombres tenaces, cuando el grito de !Viva Martínez;, dado por una voz muy conocida de nosotros, nos reanimó súbitamente.
El Coronel Estrada, comprendiendo la gravedad de nuestra situación, mandó al Capitán Bartolo Sandoval, nombrado ese segundo día, jefe en el lugar del Teniente Coronel Patricio Centeno, que procurase atacar a los yanquis por la retaguardia.
Este bizarro militar se puso a la cabeza de los valientes oficiales Siero y Estrada y 17 individuos de la tropa, saltó la trinchera por detrás de la casa, logró colocarse a retaguardia de los asaltantes; les hizo una descarga y lanzando con su potente voz los gritos de !Viva Martínez; !Viva Nicaragua , cargo la bayoneta con arrojo admirable.
Los bravos soldados del bucanero del norte retrocedieron espantados y se pusieron en desordenada fuga.
En informes de los mismos soldados, escritos después de la Batalla, algunos de los soldados sobrevivientes señalan que este ataque sorpresivo por la retaguardia de los filibusteros, fue tan explosivo y escandaloso, que provocó una estampida de caballos, que supuestamente estaban amarrados entre los matorrales y árboles del norte de la Casa Hacienda San Jacinto.
Este tropel de numerosos caballos, aparentemente, hizo creer a los filibusteros, que además del fulminante ataque a balazos y cuhilladas por la retaguardia, se acercaba un supuesto refuerzo militar por ese lado de la Casa Hacienda San jacinto, sitio bastante solitario en esa época, sólo lleno del ganado de Miguel Bolaños.
Nosotros, llevando a la cabeza al intrépido Coronel Estrada, que montó el caballo de Salmerón, único que había, perseguimos al enemigo 4 leguas hasta la Hacienda "San Ildefonso".
Ahí mató Salmerón con su cutacha al jefe de los americanos Coronel Byron Cole y lo despojó de un rifle y dos pistolas. Nuestra pequeña fuerza tuvo 28 bajas entre muertes y heridos; entre los primeros figuraban el Capitán don Francisco Sacasa, el Subteniente Jarquín, y entre los últimos, el ahora Coronel don Carlos Alegría.
Los filibusteros perdieron al Coronel Cole, al mayor cuyo apellido no recuerdo y que era el segundo jefe y 35 muertos mas, contándose entre ellos el cirujano y muchos heridos que después hallaron muertos en los campos inmediatos. Tal fue el memorable combate que abatió a los invasores y despertó loco entusiasmo en el ejército que defendía la Independencia de Centroamérica.
En su informe oficial, Estrada hace mención de la acción heroica de Andrés Castro Estrada, quien ante la falta de municiones tomó una piedra y la estampó en la cabeza de uno de los yanquis cuando este intentaba cruzar la hilera de piedras de la trinchera improvisada.
Andrés Castro, todos estos soldados y oficiales, especialmente José Dolores Estrada, se llenaron de gloria para siempre, porque no vacilaron en defender la patria en peligro por la invasión filibustera.
Colaboración de Henry Soto
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