miércoles, 10 de octubre de 2012

Los apodos de mi pueblo. Parte 6

Abril 3, 2010 
Razones y sinrazones en los apodos

Orlando Ortega Reyes

Ciertos apodos de San Marcos no tienen un origen muy claro y si lo tuvieron, con el tiempo se fueron desvaneciendo, de tal forma que desaparecieron o se siguieron utilizando sin saber su procedencia.

Estaba yo muy pequeño cuando en la botica de mi abuelo entró alguien gritando:  -¡Se ahorcó “Cufirín¡.  La noticia corrió por el pueblo como reguera de pólvora ya que una noticia de este tipo era sumamente inusual.  Resulta que el tal “Cufirín” estaba preso en el Comando de la G.N y supuestamente decidió quitarse la vida con su propia faja.  Como en ese tiempo no había C.S.I, creo que ahora tampoco, no pudo determinarse a ciencia cierta si “Cufirín” realmente se suicidó o lo suicidaron.  Nunca pude precisar quién era, ni por qué estaba preso, ni por qué se suicidó.

Cuando pasábamos con la tía Leticia por la cuartería de don Goyito Campos, enfrente del muro de la Escuela de Varones, de un cuarto oscuro salía una figura Goyesca, un tipo casi en el esqueleto que con extrema debilidad hacía un esfuerzo por mantenerse en pie.  Ahí está “Amor desnudo” señalaba la tía Leticia, -está dañado, agregaba.  A pesar de lo original del apodo, tampoco llegué a saber la historia de ese sujeto, ni de dónde había salido su apodo, sólo sé que padecía tuberculosis y poco a poco se consumía en la oscuridad del cuarto.

No cabe duda que el apodo más emblemático y a la vez más misterioso respecto a su origen es Zorongo. Todo el mundo recuerda al dipsómano albañil que decía que era el mejor constructor del mundo y que iba a pavimentar el Lago de Managua. El apodo fue extensivo a su familia, en especial al amigo Rafael Mercado, quien desde pequeño asumió con gallardía el remoquete.  Lo que nunca quedó claro fue quién le endilgó ese apodo y qué le quiso decir.  El vocablo Zorongo, con “Z” se refiere a un nombre gitano que participa en una obra al estilo Romeo y Julieta.  Por otra parte, Sorongo, con “S” significa bulto grande, motete o excremento compacto.  Así que me imagino que quedará en el misterio el origen de tal apodo y cuál fue la intención de quien se lo puso.

Así pues, conocimos apodos que por más que tratábamos de explicarnos su origen, no había forma, como es el caso de Andrés “Carreteñaña”, Julio “Chayote”,  “El tiquiuri”, “Sopita de pollo”, “Chachagua”, “Los Fiquitos”, “Los Corina”, Marcos “Pava”, “Los puchines”, “Los chachaltones”, “Carlaca”, “Soropeta”, “Atenea”, Chon “Jabón”,  “Papaía”, “Charanguela”, “Teladije”, “Peinero”, “Puñalada”, “Chayul”, “Pelele”, “Chungala y la Galilea”.

Tal vez en el caso de “Chupete” pueda existir alguna explicación, pues resulta que el portador del mismo se llamaba Jesús y sin hacerle honor a su nombre, se dedicó a la bebida, por lo que a “Chu” le agregaron “pete” para que fuera congruente con su vicio.  También es posible que a las “Pico Rojo” les dijeran así porque se dedicaban a la profesión más antigua del mundo y para su oficio debían exagerar la pintura de labios.

Todo el mundo cree que a Jorge Robleto le pusieron “Tiburón” porque en cierto momento era uno de los mejores boxeadores del pueblo, según algunas crónicas logró derrotar al célebre peleador jinotepino “Come elefantes” en un pleito en el Town Club.  Pues resulta que el apodo le fue etiquetado inicialmente a su hermano Heliodoro, pues después de haber estado estudiando en el Colegio Centroamérica, regresó al Pedagógico luciendo la camisa de aquel colegio que tiene como insignia a un tiburón, por lo que fácilmente adoptó el mote que luego se lo heredó a su hermano Jorge.  En cambio, en el caso de su hermano, mi gran amigo Mauricio, recientemente me confesó cómo le habían puesto “Chava”.  Resulta que a finales de los años cincuenta estrenaron en el Teatro Julia, en un matiné, la película de Cantinflas, El Bolero de Raquel, en donde el cómico mexicano adopta a su ahijado “Chavita” hipocorístico de Salvador, interpretado por Paquito Fernández, con quien desarrolla las aventuras de esa cinta.  Al notar cierto parecido de Chavita con Mauricio, a la salida de la función, Rafael “Zorongo” Mercado exclamó: -Ahí va “Chavita”, quedándose para siempre ese apodo, que al ser un hipocorístico, Mauricio aceptó con gusto y en ciertas ocasiones todavía se firma así.

Muchos apodos se fraguaron en la barbería de Chalo Vásquez, que era la biblioteca municipal de paquines.  De ahí salió “Pedro el Malo”, “Charlie Brown” como se le conocía de niño a Claudio Fong Lacayo, “Piolín” a uno de los hermanos Logo Mejía, “Bugs Bunnie” a Kenneth Urbina, “Chop-Chop” aquel asistente del Halcón Negro como se llamó a un muchacho que vivía frente a la Gallera de Chalo, si mal no recuerdo de apellido Callejas, “Viruta y Capulina” como le pusieron a mis hermanos, sin embargo, Ovido con su vocación de poeta, siempre contestaba con un verso en el cual la mamá del agresor salía mal parada.

Otro que debe su apodo al rótulo de su negocio es Diego “Bomba”, pues cuando puso su sastrería no calculó el tamaño de las letras respecto al tamaño del rótulo, así que tuvo que abreviar su nombre que pasó de Diego Manuel Baltodano Aragón a Diego M.B.A. Claro que en estos tiempos hubiera pasado por Master in Business Administration.

Un caso curioso respecto a los apodos es el que se originó a través de un sueño guajiro.  Resulta que un ciudadano les planteaba a sus amigos un invento que tenía en mente y que era cruzar una vaca con un mono macaco, de tal forma que el animal resultante se subiera a un árbol y el ordeño del mismo fuera a la altura de las manos, facilitando la tarea.  El animal se llamaría por lo tanto “Vacaco” y antes de que pudiera patentar su invento, sus amigos le patentaron el apodo.

Dicen que a mi amigo Luis Manuel Silva en cierta ocasión quién sabe qué haría que el padre Etanislao García quería agarrarlo a chilillazos, que era uno de sus hobbies favoritos, ante lo cual Luis Manuel salió corriendo y después de un buen trecho el presbítero con la lengua de fuera gritó:  -Agárrenme a ese potro cimarrón.  Desde entonces se le conoció como Cimarrón.

Es muy posible que algunos sanmarqueños tengan elementos para desvelar el misterio del origen de algunos apodos del pueblo, otros quedarán para siempre en la oscuridad del tiempo, lo cierto es que muchos conciudadanos a la fecha no han podido escapar de los mismos.

Colaboración de Henry Soto

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