marzo 31, 2010 por sanmarcoscarazo
Los Ratones
Orlando Ortega Reyes
Mi abuelo Emilio Ortega conoció a mi abuela Ester Corea en Masaya.
Ella era originaria de allá y él capitalino que se había trasladado a
esa ciudad a trabajar, en una época con unos comerciantes chinos,
después en el negocio de la familia Cabrera y finalmente como empleado
del Ferrocarril. En esa última empresa tenía un ayudante llamado Juan
Guevara quien se fijó en Brunilda, la hermana de mi abuela y producto de
su relación ella dio a luz a un par de gemelos, prematuros y que al
verlos, Brunilda, se asustó tanto, pues eran demasiado pequeños que
terminó rechazándolos. Mi abuela que había perdido a sus dos primeras
hijas, se hizo cargo de los gemelos y tratando de animarlos a crecer,
los bautizó como Julio César y César Augusto. Mi abuelo compró una
cabra para alimentarlos y como no tenían cuna los tenían en una caja de
zapatos rellena con algodón, a la vista de mi abuela. Un amigo de mi
abuelo llamado César Velásquez, pasó a visitarlo y cuando los miró en la
caja de zapatos, le dijo: -Ideay Emilio ¿y esos ratones?
Cuando años más tarde mi abuelo por motivos de salud se trasladó a
San Marcos y estableció su botica La Capitalina, se llevó junto a su
recién nacido hijo Emilio, a los Césares tal como los llamaba la
familia. Sin embargo, cuando César Velásquez lo llegó a visitar a San
Marcos riéndose le dijo: Como que van creciendo los ratones, Emilio.
Algún sanmarqueño escuchó a don César y desde entonces se quedaron como
Los Ratones.
A inicios de los años treinta, mi abuelo compró un camión que
habilitó para transportar pasajeros e inauguró la ruta San
Marcos-Masaya, por la carretera vieja, encomendándole la conducción del
camión a Mito Escobar, primer chofer de San Marcos. Los Césares se
entusiasmaron y se convirtieron en asistentes de Mito, quien al final
compartió con ellos todos los secretos del camión y en breve aprendieron
a manejar.
A César Augusto le atacó una enfermedad, pudo haber sido polio, que
le dejó inutilizada una pierna y no volvió a manejar. Empezó a trabajar
en un inicio con el Doctor Sándigo quien le enseñó a tomar la presión
arterial, a inyectar y a poner sueros. También le gustaba el trabajo de
oficina y terminó trabajando en labores administrativas, en algunas
haciendas y finalmente en Acueductos y Alcantarillados, combinando esta
labor con la de poner sueros e inyecciones. De alguna manera se despegó
del apodo de Ratón, pues alguien que le miraba las nalgas a todo el
pueblo debía de ser tratado con otro apelativo y algunos empezaron a
llamarlo doctor. Así que tanto él como su esposa y su única hija Ester,
vivieron alejados de aquel apodo.
Julio César por su parte, siguió su carrera como conductor, habiendo
logrado una maestría impresionante en este oficio, a tal punto que
alguien lo recomendó con la familia Pellas y se convirtió en el
conductor oficial de doña Adela Pellas por espacio de varias décadas.
Puedo decir sin temor a equivocarme que fue el mejor conductor de San
Marcos y bastaba viajar con él a Managua para observar cómo tomaba todas
las curvas de El Crucero con una magistral pericia. Lo único que el
apodo de Ratón no logró despegárselo nunca y el mismo fue heredado tanto
por su esposa Micaela, como por sus hijos varones, Julio, Eddy,
Orlando, William y Emilio. Todos ellos lo tomaban con filosofía, es más
Julio hijo comentaba que nunca le gustaba cambiar llantas, por aquello
de la gata, que lo asustaba.
Lo interesante del caso es que estos gemelos, que nacieron con una
suerte adversa, lograron superar sus circunstancias y crecer mucho más
que lo que el apodo que les legó don César Velásquez podría haberles
impuesto y pudo más su nombre de pila, pues aunque no llegaron a
alcanzar el poder de los Césares, fueron un claro ejemplo de trabajo
honrado y dedicación.
Colaboración Henry Soto V
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