Entre negros y cheles
Una de las canciones folklóricas más representativas de Oaxaca, México es La llorona, que en una de sus estrofas dice: Todos me dicen El negro, Llorona, negro pero cariñoso. Esto refleja uno de los orígenes más claros de los apodos y es el relativo a las características físicas de una persona y en especial el color de la piel. Estos apodos los ostentaban los portadores de manera tan natural que era simplemente un obligado distintivo referencial.
En esta categoría, muchos me darán la razón que el más popular en la historia de San Marcos ha sido “El negro” Luis. Cuando en el pueblo decían Luis Soto, generalmente se referían al padre, así que como un distintivo “El negro” lo portaba el hijo, que era mecánico certificado en los Estados Unidos y que se caracterizaba por su carácter jovial. En todas las fotos de los álbumes familiares sanmarqueños en donde figuraba “El negro” Luis, aparecía siempre con una abierta sonrisa. Con su taller patrocinaba a los deportistas locales, en especial a uno de los primero equipos de futbol del pueblo.
No podría precisar en qué año llegó a San Marcos Fernando Fuertes, aparentemente procedente de Rivas. Era especialista en reparar bicicletas y muy emprendedor, pues comenzó con un pequeño taller y fue creciendo hasta llegar a tener una pequeña flota de bicicletas que alquilaba a precios módicos. Su esposa Emma, le agregó al local una pulpería y poco a poco fueron progresando. Por su color era conocido como “El negro de las bicicletas”. En los años sesenta, adquirió un Jeep y estando todavía en la etapa de aprendizaje, se aventuró a viajar a Jinotepe, sin embargo en una curva con un pequeño barranco cerca de Ofir, perdió el control y al caer al fondo del barranco, perdió la vida con dos de sus hijos. Fue una tragedia que conmocionó y enlutó al pueblo.
Marcos “El Negro” Rivera es un hermano de Menudo, quien pasó de lustrador a chofer de taxi, a despachador en una gasolinera y creo que ahora a mecánico. Debe de andar rondando los sesenta años y era miembro de la pandilla que jugábamos beisbol en la calle de El Calvario.
Frente a nuestra casa, vivía doña Emelina, que en algún momento se juntó con Pedrito “El coto” Vásquez y eventualmente vivían ahí también unos sobrinos de ella, entre los cuales había un muchacho que era medio travieso. No recuerdo como se llamaba, pero todo el mundo lo conocía como “Negrura” y su fama era tal que cuando en la escuela se extraviaba algo, la Maestra Ofelita inmediatamente exclamaba: ¡Registren al negrito!. Años más tarde, Negrura protagonizó una cruel broma en una fiesta de abril, cuando corría con un toro encohetado sobre sus espaldas sin sospechar que alguien que se la traía con él, subrepticiamente le había conectado una bomba en el toro y a mitad de camino saltó por los aires.
Entre las mujeres “La negra” por antonomasia era Aura Gómez, hija de doña Ana Gómez, mujer de Gonzalo “El soldado” García y madre de Pedro “Soldado”. La negra elaboraba el mejor vigorón de San Marcos y a la muerte de Mito Escobar se hizo cargo de mantener viva la tradición del baile de La Vaca, en las fiestas patronales.
También fue famosa, la Carmela “Negra” quien era la madre de la recordada Mélida Cruz, una de las mujeres más esforzadas del pueblo, dueña de una extraordinaria picardía y quien no heredó ningún apodo. Sus hermanos en cambio fueron más conocidos como El Peludo y Mundo Pelota.
En el otro extremo estaban los cheles. Entre los más recordados se encuentra “El chele” Silva, hijo de don Silvestre Silva, un tipo muy simpático que había estudiado en España y que falleció en un trágico accidente de tránsito.
El Chele Rivera, también hermano de Menudo y Marcos contrastaba con ellos debido al color de su piel. Su vida ha sido tan contradictoria, pues fue un ejemplo de esfuerzo, al haber trabajado duro como lustrador mientras estudiaba la primaria y luego se fue al Instituto Técnico Vocacional en Managua en donde se graduó de Técnico en Refrigeración, siendo contratado casi inmediatamente por la Mamenic Line, por su capacidad y en donde trabajó un buen tiempo. No obstante, al final cayó en el alcoholismo, desperdiciando su gran capacidad en su oficio.
De repente en el pueblo apareció un chele, alto, creo que casi llegaba a mi estatura y con unos pies descomunales, a tal grado que no encontraba zapatos de su medida y anduvo siempre descalzo. Por su oficio se le conocía como “El chele de los sorbetes”, pues empujaba un carretón con ese producto. Cuando se pusieron de moda las veladas boxísticas, una vez lo consiguieron para un round conmigo. Nos estábamos pegando duro y sabroso cuando le lancé un uppercut que fallé y sólo le rocé la camisa, saltando las monedas de a chelín que ahí guardaba, por lo cual perdió concentración al tratar de ponerles sus descomunales pies para cubrirlas, lo cual aproveché para conectarle un recto a la mandíbula, motivo por el cual tiró la toalla.
También de origen desconocido, apareció a finales de los sesenta o inicios de los setenta, un chele que decía que era mecánico. Para esa época, mi tío Julio Guevara había logrado conformar una pequeña flota de taxis, pues con los Pellas conseguía buenos precios para los vehículos usados y los administraba su esposa Micaela. Con el fin de darle mantenimiento a los taxis, ella contrató al chele para hacerse cargo de la flota y de ahí en adelante se convirtió en “El chele de la Micaila”. Después puso un taller del Prisawala media cuadra al este, en donde descubrí que el chele sabía de mecánica lo que yo sabía de Fusión Nuclear, pues no lograba acertar el padecimiento de un microbusito que yo tenía. Quién sabe qué transa realizó que un día cayó preso y me mandó a pedir prestado 200 córdobas para sus gastos legales a cuenta de la reparación. Luego salió y desapareció del mapa con todo y mis doscientas varas y a duras penas pude rescatar el microbús del taller.
Entre las mujeres no recuerdo a muchas chelas, salvo tal vez, la Chela Bodán, sobrina de La Negra y hermana de Marcos y Mario “La Pachis” apodo, este último, que nunca pude averiguar su origen.
Es muy probable que cada quien conozca a otros negros o cheles, que con el tiempo han ido apareciendo en el pueblo y seguirán apareciendo, no obstante, tal vez nunca alcanzarán la fama de los que se mencionaron anteriormente.
Una de las canciones folklóricas más representativas de Oaxaca, México es La llorona, que en una de sus estrofas dice: Todos me dicen El negro, Llorona, negro pero cariñoso. Esto refleja uno de los orígenes más claros de los apodos y es el relativo a las características físicas de una persona y en especial el color de la piel. Estos apodos los ostentaban los portadores de manera tan natural que era simplemente un obligado distintivo referencial.
En esta categoría, muchos me darán la razón que el más popular en la historia de San Marcos ha sido “El negro” Luis. Cuando en el pueblo decían Luis Soto, generalmente se referían al padre, así que como un distintivo “El negro” lo portaba el hijo, que era mecánico certificado en los Estados Unidos y que se caracterizaba por su carácter jovial. En todas las fotos de los álbumes familiares sanmarqueños en donde figuraba “El negro” Luis, aparecía siempre con una abierta sonrisa. Con su taller patrocinaba a los deportistas locales, en especial a uno de los primero equipos de futbol del pueblo.
No podría precisar en qué año llegó a San Marcos Fernando Fuertes, aparentemente procedente de Rivas. Era especialista en reparar bicicletas y muy emprendedor, pues comenzó con un pequeño taller y fue creciendo hasta llegar a tener una pequeña flota de bicicletas que alquilaba a precios módicos. Su esposa Emma, le agregó al local una pulpería y poco a poco fueron progresando. Por su color era conocido como “El negro de las bicicletas”. En los años sesenta, adquirió un Jeep y estando todavía en la etapa de aprendizaje, se aventuró a viajar a Jinotepe, sin embargo en una curva con un pequeño barranco cerca de Ofir, perdió el control y al caer al fondo del barranco, perdió la vida con dos de sus hijos. Fue una tragedia que conmocionó y enlutó al pueblo.
Marcos “El Negro” Rivera es un hermano de Menudo, quien pasó de lustrador a chofer de taxi, a despachador en una gasolinera y creo que ahora a mecánico. Debe de andar rondando los sesenta años y era miembro de la pandilla que jugábamos beisbol en la calle de El Calvario.
Frente a nuestra casa, vivía doña Emelina, que en algún momento se juntó con Pedrito “El coto” Vásquez y eventualmente vivían ahí también unos sobrinos de ella, entre los cuales había un muchacho que era medio travieso. No recuerdo como se llamaba, pero todo el mundo lo conocía como “Negrura” y su fama era tal que cuando en la escuela se extraviaba algo, la Maestra Ofelita inmediatamente exclamaba: ¡Registren al negrito!. Años más tarde, Negrura protagonizó una cruel broma en una fiesta de abril, cuando corría con un toro encohetado sobre sus espaldas sin sospechar que alguien que se la traía con él, subrepticiamente le había conectado una bomba en el toro y a mitad de camino saltó por los aires.
Entre las mujeres “La negra” por antonomasia era Aura Gómez, hija de doña Ana Gómez, mujer de Gonzalo “El soldado” García y madre de Pedro “Soldado”. La negra elaboraba el mejor vigorón de San Marcos y a la muerte de Mito Escobar se hizo cargo de mantener viva la tradición del baile de La Vaca, en las fiestas patronales.
También fue famosa, la Carmela “Negra” quien era la madre de la recordada Mélida Cruz, una de las mujeres más esforzadas del pueblo, dueña de una extraordinaria picardía y quien no heredó ningún apodo. Sus hermanos en cambio fueron más conocidos como El Peludo y Mundo Pelota.
En el otro extremo estaban los cheles. Entre los más recordados se encuentra “El chele” Silva, hijo de don Silvestre Silva, un tipo muy simpático que había estudiado en España y que falleció en un trágico accidente de tránsito.
El Chele Rivera, también hermano de Menudo y Marcos contrastaba con ellos debido al color de su piel. Su vida ha sido tan contradictoria, pues fue un ejemplo de esfuerzo, al haber trabajado duro como lustrador mientras estudiaba la primaria y luego se fue al Instituto Técnico Vocacional en Managua en donde se graduó de Técnico en Refrigeración, siendo contratado casi inmediatamente por la Mamenic Line, por su capacidad y en donde trabajó un buen tiempo. No obstante, al final cayó en el alcoholismo, desperdiciando su gran capacidad en su oficio.
De repente en el pueblo apareció un chele, alto, creo que casi llegaba a mi estatura y con unos pies descomunales, a tal grado que no encontraba zapatos de su medida y anduvo siempre descalzo. Por su oficio se le conocía como “El chele de los sorbetes”, pues empujaba un carretón con ese producto. Cuando se pusieron de moda las veladas boxísticas, una vez lo consiguieron para un round conmigo. Nos estábamos pegando duro y sabroso cuando le lancé un uppercut que fallé y sólo le rocé la camisa, saltando las monedas de a chelín que ahí guardaba, por lo cual perdió concentración al tratar de ponerles sus descomunales pies para cubrirlas, lo cual aproveché para conectarle un recto a la mandíbula, motivo por el cual tiró la toalla.
También de origen desconocido, apareció a finales de los sesenta o inicios de los setenta, un chele que decía que era mecánico. Para esa época, mi tío Julio Guevara había logrado conformar una pequeña flota de taxis, pues con los Pellas conseguía buenos precios para los vehículos usados y los administraba su esposa Micaela. Con el fin de darle mantenimiento a los taxis, ella contrató al chele para hacerse cargo de la flota y de ahí en adelante se convirtió en “El chele de la Micaila”. Después puso un taller del Prisawala media cuadra al este, en donde descubrí que el chele sabía de mecánica lo que yo sabía de Fusión Nuclear, pues no lograba acertar el padecimiento de un microbusito que yo tenía. Quién sabe qué transa realizó que un día cayó preso y me mandó a pedir prestado 200 córdobas para sus gastos legales a cuenta de la reparación. Luego salió y desapareció del mapa con todo y mis doscientas varas y a duras penas pude rescatar el microbús del taller.
Entre las mujeres no recuerdo a muchas chelas, salvo tal vez, la Chela Bodán, sobrina de La Negra y hermana de Marcos y Mario “La Pachis” apodo, este último, que nunca pude averiguar su origen.
Es muy probable que cada quien conozca a otros negros o cheles, que con el tiempo han ido apareciendo en el pueblo y seguirán apareciendo, no obstante, tal vez nunca alcanzarán la fama de los que se mencionaron anteriormente.
Texto de Orlando Ortega Reyes
Colaboración de Henry Soto V.
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